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La Nueva Esperanza
Breve historia de la fábrica de globos La Nueva Esperanza, recuperada por sus trabajadores.
Repasamos la historia de la fábrica de globos La Nueva Esperanza, recuperada por sus trabajadores luego del vaciamiento llevado adelante por los dueños de la por entonces empresa Global. Emilio Valiente, presidente de la cooperativa, contó cómo junto a sus compañeros y la colaboración de los trabajadores de la metalúrgica también recuperada IMPA, pudieron volver a poner en funcionamiento la fábrica. Una historia que vuelve a revelar la importancia de contar con una ley de expropiación definitiva para las empresas recuperadas.
(Por Radio La Retaguardia)
Emilio Valiente participó de una de las mesas del “Primer Encuentro Interdisciplinario por la Recuperación del Trabajo. Leyes y Políticas Públicas para una Nueva Realidad”, que se desarrolló el 26 y 27 de junio pasado en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y en la de Lanús. En la última emisión de La Retaguardia repasamos parte de su intervención.
En este marco, Valiente contó, con la misma emoción como si los hechos hubiesen ocurrido ayer, todo lo sucedido a partir de aquel lunes de febrero de 2004, cuando 42 operarios regresaban a trabajar a la fábrica de globos Global, ubicada en el barrio porteño de Montecastro, y se encontraban a medida que iban llegando con un cartel que anónimamente les decía que su fuente laboral estaba “cerrado hasta nuevo aviso”.
“No entendíamos por qué, no teníamos explicación de lo que había pasado –expresó Valiente–, habrá pasado media hora, 40 minutos, y seguíamos ahí, hasta que se acercó un vecino de enfrente y nos dijo que posiblemente se habían mudado porque durante el fin de semana habían estado cargando máquinas. Nos miramos entre nosotros y no encontrábamos respuesta. Algunos compañeros subieron por el portón y fueron a ver si realmente se había hecho un vaciamiento, y efectivamente, volvieron enseguida avisando que no había nada, se habían llevado todo. ¿Y ahora qué hacemos?, nos preguntamos. Conversando con compañeros, sacando ideas de lo que se podía hacer, ese dicho que dice que cuando te aprieta el zapato empezás a sacar ideas, conversaciones; fue así que en un momento Domingo, un compañero, me dijo ‘¿te acordás que la secretaria nos dijo una vez que el patrón se quería ir a la provincia porque en Capital no se podía, había muchos impuestos, etcétera?’. De él también salió decir por qué no lo buscamos, por qué no vamos allá, que era en Talar de Pacheco, a 3 o 4 horas de viaje de donde estaba la fábrica”.
Y hacia el Talar de Pacheco fueron Emilio, Domingo y Nereo, otro compañero que ya falleció. Podría decirse que durante una semana buscaron una aguja en un pajar, porque es una zona claramente fabril, por lo que está llena de fábricas. “Se nos hacía muy difícil porque allá todo es fábrica –relató Valiente–, no se podía caminar mucho, no se podía estar parado porque la custodia enseguida te perseguía. Preguntábamos si había alguna fábrica de globos y nada; cansados ya de toda la semana, el viernes dijimos que si no lo encontrábamos ese día íbamos a tener que dejar porque ya no había más nada, no teníamos un peso tampoco para viajar, ni para comer ya. Fuimos temprano ese viernes, muy temprano, y tipo 11 de la mañana ya estábamos muy cansados, teníamos sed, y en ese preciso momento un barrendero pasó barriendo la calle, lo paramos y le preguntamos si por esas casualidades no había visto en la semana descargar algo, si no sabía de alguna fábrica de globos. ‘No, por acá nada. Hace mucho tiempo que están estas fábricas, olvídense’. Decidimos volver y cuando nos íbamos yendo el barrendero nos habló otra vez y nos dijo que fuéramos a la vuelta, a una cuadra, donde había un depósito muy grande, que estaba vacío y que él había visto como dos semanas antes a un pibe que estaba cortando el pasto. ‘Vayan ahí y si no es ahí tómensela porque no hay nada’, nos dijo. Fuimos, había un cartel que decía área restringida, vimos que entraban camiones y nada más, no podíamos llegar más adelante. Nos dimos vuelta y nos fuimos, y en ese momento yo me quedé un poco más atrás de mis compañeros que iban más adelante, y veo dos bolsas negras que estaban atadas en un poste en la calle. No sé qué se me dio y desaté una, nada… desaté la otra y encuentro globos y todos los papeles de la fábrica. ¿Qué íbamos a pensar que tras 4 horas de viaje íbamos a encontrar nosotros las máquinas? Encontrar los papeles ahí era un hecho que las máquinas estaban en ese depósito”.
Emilio se abrazó con sus compañeros, lloraron, y luego llamaron al resto de los operarios. Se pusieron en alerta y al día siguiente volvieron a primera hora y se instalaron allí con carpas. “Ya de corajudos entramos a mirar cómo era la realidad de ese depósito, y nuestras máquinas estaban ahí, las que nos habían robado. Éramos 18 compañeros que nos quedamos ahí”.
Juntos a la par
Pasaron más de 10 meses acampando afuera del depósito, hasta que un día entraron y se quedaron custodiando las máquinas. Sin embargo no sabían qué hacer, cómo seguir. La respuesta llegó en noviembre de 2004. En la Legislatura porteña se trataba una ley de expropiación definitiva para las, hasta ese momento, 10 fábricas recuperadas en la Ciudad de Buenos Aires. El proyecto se aprobó pero luego, con la llegada de Mauricio Macri a la Jefatura de Gobierno en 2007, la norma se vetó.
Al momento del tratamiento de la iniciativa, Valiente y otros operarios fueron al parlamento porteño. Les habían recomendado contactar al Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, cuyos integrantes asistían al debate.
Así lo contó Emilio: “nosotros no sabíamos quién era ese muchacho de cabeza blanca, que iba, venía, se metía, caminaba, corría, de repente vemos que también festejaba cuando salió la ley de expropiación. Me acuerdo que él festejó en el alambre, porque no podíamos pasar para el otro lado, estaban las vallas. Yo le hice señas y le pedí que me alcanzara su teléfono. Yo no sabía quién era él, pero igual le hice señas para que me dé el teléfono y él me lo alcanzó. Yo lo llamé y le conté cuál era nuestro problema y dónde estábamos. Me dijo que me iba a llamar, pero pasaba el tiempo y nada, yo no me podía comunicar. Qué largo se nos hicieron esos meses. Me acuerdo que yo había estado 3 días con los compañeros allá en la carpa, y había llegado a mi casa y justo suena mi teléfono, atiendo y me dicen ‘te acordás de mi, soy Eduardo Murúa’. Me preguntó si seguíamos con la carpa y qué estábamos haciendo. Les expliqué que nosotros no podíamos salir, que necesitamos una persona que nos diera fuerza, que teníamos miedo de hacer cosas por nuestros propios medios porque no teníamos nada, ningún papel que nos avalara que hacíamos la mudanza de las máquinas para poder traerlas al lugar de origen donde estaba la fábrica. Al otro día Murúa vino a mi casa, previamente yo viajé 3 horas a ver a mis compañeros para contarles las posibilidades que había, tal es así que nos reunimos todos, nos convocamos para hablar con él y esperar a ver qué nos decía. Llegó con dos compañeros más, contamos lo que nos pasaba, que necesitábamos una persona que nos patrocinara, que nos acompañara, que nos diera fuerza. Y nos respondió ‘bueno, tenemos que hacer la mudanza’. No lo podíamos creer, después de 10 meses; lo miré y le pregunté cuándo íbamos a hacer la mudanza, y me respondió que el lunes. Me dijo ‘ustedes prepárense, hagan todo lo que tienen que hacer, busquen camionetas y yo voy a ir con unos muchachos de la cooperativa IMPA, vamos a ir y a traer eso para acá’”.
Y así fue, el lunes siguiente a primera hora estaban los compañeros de la cooperativa IMPA con camiones: “ya se había acabado el miedo, todo, a darle para adelante, todo el día”, afirmó emocionado Valiente.
“Me acuerdo de las compañeras –continuó–, cómo nos ayudaban a cargas las cosas, cosas pesadas, ahí no hay nada liviano, pero las mujeres ponían toda la fuerza, me acuerdo que una me dijo ‘Emilio, quiero tomar algo frío’, y le dije que cuando termináramos de cargar la camioneta tomábamos, mentira, no había plata para comprar, le íbamos a pedir agua al vecino. Estábamos descargando y tipo 6 de la tarde viene lo más pesado, venía el camión con los compresores que pesan 500 kilos, cortamos el tráfico ahí, vinieron 3 patrulleros, y ahí tirones, forcejeos. Nunca me voy a olvidar que Murúa me dijo ‘ustedes sigan descargando que yo me voy a pelear allá”, y así fue, mientras él los entretenía, nosotros bajábamos. Y encima la policía con la miseria en la que estábamos quería plata”, dijo Valiente entre risas.
Una vez en la fábrica, con la maquinaria adentro apareció de nuevo la pregunta “¿ahora qué hacemos?”. “Estaba todo oscuro, no había nada, no había luz, agua, gas, nada, pasto solamente. Teníamos sed, hambre. Pero los compañeros de IMPA fueron con todo el equipo; la cuestión es que salimos y ya vimos que estaban haciendo fuego, habían llevado para los choripanes, llevaron helado, coca. Eso es inolvidable, nunca nos vamos a olvidar de eso, siempre en las asambleas decimos que nunca nos vamos a olvidar de la gente que nos ayudó”, expresó Valiente.
Finalmente, con mucho esfuerzo propio y el acompañamiento de trabajadores de otras fábricas recuperadas como IMPA, La Nueva Esperanza comenzó a funcionar en 2005 en el mismo lugar de Montecastro, y allí lo sigue haciendo.
La experiencia de una empresa recuperada por sus trabajadores fue el eje de la charla que se realizó en el marco del “Primer Encuentro Interdisciplinario por la Recuperación del Trabajo. Leyes y Políticas Públicas para una Nueva Realidad”, cuyo uno de los promotores fue el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas, que preside Eduardo Murúa. En este marco, se escuchó un nuevo pedido para la aprobación de una ley de expropiación definitiva para las fábricas recuperadas en la Ciudad de Buenos Aires, una iniciativa que dé cuenta de la realidad que se vive desde hace unos años en nuestro país, donde hoy la mayoría de los trabajadores sabe que cuando una fábrica cierra por decisión de sus dueños, aún queda la posibilidad de organización y recuperación de los espacios laborales, la creación de cooperativas en las que los propios trabajadores impulsen la producción de su propio pan. Pero quienes tienen que hacer, debatir y sancionar este tipo de leyes parecen no haber aprendido esto aún.